22.10.07

XCVIII

En una de las miles de veces que los Globetrotters cumplían su intención de divertir a la gente que acudía a ver sus partidos, aquella vez en una pequeña cancha de tierra al aire libre, la chillona risa de un muchacho durante toda la velada llamó la atención del equipo de Harlem. Las carcajadas del chico, de pie bajo una de las canastas junto a un anciano que parecía susurrarle, no se apagaban ni cuando el juego estaba detenido. Cuando todo terminó y movido por la curiosidad Meadowlark Lemon se acercó al joven y le preguntó: “Dime, ¿qué te causa tanta gracia?”. A lo que el chico respondió: “Soy ciego y no puedo veros, pero mi abuelo me va contando todo lo que hacéis y es maravilloso”. Conmovido Lemon corrió a contarlo a sus compañeros. Cada uno de ellos estampó su firma en el balón y se lo entregaron al muchacho.