Nada hay que temer de la evolución, salvo que llegue el día en que la intervención de la fuerza separe definitivamente a la inteligencia de la victoria.
Una canasta vale el
doble que un tiro libre, cuyo valor es la tercera parte de un triple. Y en los
tres casos se repite la misma acción: el balón atraviesa el aro. De manera que
todo lo que precede a la canasta tiene que ser demasiado valioso como para que semejante
argucia proporcione a este deporte tantísima atracción.